
Tomás Moro fue encarcelado y decapitado en 1534 por hacerle ver la realidad al rey Enrique VIII, a quien servía.
Decía verdades que quizá no eran las más gratas para los oídos del monarca, pero que coincidían con las necesidades de la gente, del pueblo al que amaba.
Como integrante del parlamento inglés solía realizar visitas a los barrios miserables y tuvo el valor de lanzarse contra un nuevo e injusto impuesto ordenado por el rey.
Tomás Moro fue un firme defensor de la tolerancia y crítico de la forma de actuar de los políticos y religiosos que detentaban el poder de aquellos tiempos.
Este abogado, político y diplomático fue muy querido por su pueblo al que se entregó con valentía, al grado de dar la vida. Este acto de congruencia hizo que Pío XI lo elevara a los altares.
Hoy es venerado como el Santo Patrono de los Políticos.
Enrique VIII, por su parte, coronado en 1509, se caracterizó por construir un gobierno veleidoso (de antojos y deseos vanos) y conflictivo, alejado de las necesidades de su pueblo. Su conducta estuvo dirigida siempre por una ambición y crueldad extremas.
Enrique VIII, por su parte, coronado en 1509, se caracterizó por construir un gobierno veleidoso (de antojos y deseos vanos) y conflictivo, alejado de las necesidades de su pueblo. Su conducta estuvo dirigida siempre por una ambición y crueldad extremas.
A Ana Bolena, su segunda esposa, la acusó de adulterio y a Ana de Cleves, su tercera mujer, la denunció por una supuesta infidelidad. A las dos las mandó a decapitar. La misma suerte corrió John Fisher, el prominente Obispo de Rochester. Tomás Moro no escapó de su maldad.
Para este monarca inteligente, astuto y hábil, todo aquel que representara un “estorbo” para el logro de sus ambiciones personales correría la misma suerte. Su crueldad no tenía límites.
Pues bien, así como a Enrique VIII le fastidiaba que la gente le hiciera ver sus errores, le dijera sus verdades o le planteara propuestas de interés popular, también a algunos gobernantes de esta época (2010) les molesta que terceras personas le expresen la mínima sugerencia para darle rumbo a su gobierno.
Como en los viejos tiempos, hay algunos gobernadores que son capaces de todo por ver concretados sus sueños de grandeza, sus ambiciones personales, sus afanes de poder. Hasta sus propias locuras.
Por su corta visión política que los aleja de ser unos verdaderos estadistas, harán hasta lo imposible por hacer a un lado a quienes ellos consideran simples “piedras en el camino”.
A estos “estorbos” después los llamarán “basura” y así sucesivamente, hasta desaparecerlos del mapa político por entenderlos como un obstáculo.
A estos falsos políticos modernos o administradores del poder, mal llamados “funcionarios públicos” -porque la política rebasa todo tipo de fronteras y es cien por ciento humanista e integradora-, les da pavor que otras personas les hagan sugerencias para elevar el nivel de gobierno.
Por supuesto, puede ser que la contraparte no sea la más afín, amigable o inteligente, pero eso no quita que no deba ser escuchada. Los buenos políticos -los mejores-, son aquellos que alcanzan una capacidad de diálogo y de negociación sorprendentes.
José Woldenberg, ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), hizo alusión a la teoría de Bernard Crick, quien escribió el libro “En defensa de la política”. Dice textualmente:
“La política digna de tal nombre tiene entre sus principales méritos el reconocer la existencia de los otros...de tal suerte que el primer deber del auténtico estadista es buscar las fórmulas para la convivencia a partir de la aceptación de las limitaciones”.
“La política digna de tal nombre tiene entre sus principales méritos el reconocer la existencia de los otros...de tal suerte que el primer deber del auténtico estadista es buscar las fórmulas para la convivencia a partir de la aceptación de las limitaciones”.
Más claro, ni el agua.
Por Elmer Ancona
Por Elmer Ancona
















